sábado, 11 de agosto de 2007

Aperitive

Francia, agosto 2007, La Rochelle, el verano nunca llegó este año, el viento helado te cala los huesos y los pocos rayos de sol que salen tímidamente de entre las nubes te dan la morriña de los veranos de antes, el calor, el salitre, el sudor y las gotas de alguna botella de cerveza medio vacía. Las cosas no han cambiado mucho y tampoco las costumbres, llega la hora, rondan las siete y el aperitive se prepara, casi impepinables llegan las cervezas (eso sí, a temperatura ambiente), las botellas de vino de alguna cosecha no muy lejana y poco conocida, el pastis (bebida anisada que se suele mezclar con agua), el ron de las antillas (si puede ser de 50°, por favor), botellas de martini, etc., y no muy lejos de estas llegan sus propietarios. Todo se concentra alrededor de una pequeña mesa de playa dispuesta en un jardín verde, con sus estupendos árboles verdes, sus sillas verdes y unos estupendos toldos verdes a rayas blancas que cobijan a casi toda la tribu que acaba de traspasar la brillante cancela verde del jardín.



Voilà!, comienza la fiesta, puedo distinguir el ruido de las chapas de las botellas de cerveza mientras saltan encima de la mesa, el gorgojeo del vino cayendo en las copas, el crepitar de los hielos sumergidos en el ron, las gargantas sedientas empiezan su festín hablando y riendo mientras apuran sus vasos con una velocidad vertiginosa.


Van pasando las horas y lo que parecía ser algo inocente se convierte en una bacanal, el jardín, antes iluminado por las últimas luces del día con su verde esplendor pasa a ser iluminado por unas débiles bombillas que amenazan con caer desde lo alto de los toldos, los invitados que habían ido llegando con la consiguiente cortesía (hipocresía) que les caracteriza, la tan conocida y afamada politesse francesa; ...bonjour...comment ça va?...ah, oui oui ...ji, ji, ja, ja... se iban transformando en personajes salidos de los mejores cuentos de tolkien, hobbits que cantaban en aullidos, elfos que hablaban en alaridos y orcos que tronaban mientras sus puños cerrados caían violentamente encima de la mesa.


Ahora rondan las doce de la noche, me dispongo a darme una vueltita por el jardín para cambiar de aires y de manera indiscriminada empiezan a atacarme esos indeseables mosquitos gabachos, como si estuvieran esperándome agazapados entre la oscuridad de las sombras de los arboles arremeten contra cualquier parte de piel desnuda que asoma de entre la ropa... voilà!, en menos de media hora cuento con ocho picadas situadas en lugares inverosímiles; entre los dedos, las orejas, el cuello, los dedos de los pies... así que, sin más dilaciones me doy la vuelta maldiciendo las malas bestias, y dando bandazos en el aire me dirijo de nuevo al meollo de la fiesta. Por el camino me voy encontrando caras conocidas embelesados en conversaciones tribales sobre drogas, barcos y zarcozí, todo un clásico y tengo la impresión de que ya lo he vivido antes, una especie de feed back o es que siempre es lo mismo, diviso mi silla en la que he permanecido sentada unas buenas cuantas horas escuchando y repitiendo como un loro las respuestas a las mismas preguntas que, casualmente, todos te van haciendo a lo largo de la noche... deben de tener un guión porque lo hacen, curiosamente, en el mismo orden o... simplemente entra dentro de la politesse, no sé... vaya usted a saber. El caso es que me siento en aquella silla que ya me es algo familiar y me asaltan a la cabeza mil y una historias de huida, cómo escaquearme de la bacanal sin ser vista, deshacer el camino corriendo mientras salto la valla gritando como una posesa, o romper las bombillas con alguna gravilla cercana a los toldos y salir tan normal por la cancela, meterme en el coche y esperar, o salir como la niña salvaje que soy dispuesta a no decir ni una palabra mientras camino con aire distraído entre la multitud de personajes élficos... en fin, me decanto por la última opción, en donde una vez he atravesado la cancela verde me encuentro que empieza a amanecer, el viento te corta el aliento pero a lo lejos puedo ver cómo un sol exageradamente naranja despunta con sus rayos tímidamente el horizonte tiñéndolo todo de un color púrpura... hoy será un buen día para sonreír.