
Primero fueron nueve meses, un tiempo en el que se está creando vida dentro de ti, lo intuyes, lo presientes, lo sientes, lo oyes, le hablas, le cantas, lo imaginas, le das amor y esperas que tu barriga crezca y crezca, que sea evidente, te impacientas por verle, estás orgullosa y feliz, quizá radiante, llena de luz...
Ahora han pasado 18 meses, el tiempo, esta vez, bastante rápido, el bebé pequeñito al que daba mi pecho para comer o que dormía a mi lado como una bolita... Ahora es casi un niño, una personita autonóma, con su propia jerga, sus risas, su cáracter, un "miniyó" en potencia... Todo un amor que levanta pasiones, el nexo de unión a la alegría, el cariño, las emociones a flor de piel, el descubrimiento de cada mañana con un nueva sonrisa de tan sólo ocho dientes, una personita que te abraza, que se apoya en ti y te coge la mano, que te da tanto amor como el que recibe, al que no puedes dejar de admirar, que te dice: mamá... Y no puedes evitar soltar alguna lagrimilla porque es la más pura inocencia, un enanito sensible, porque es lo más grandioso que me ha pasado en la vida, porque es un regalo y porque es la fuerza que me empuja cada mañana a seguir el camino, día a día...
Poema que escribí un buen día de otoño, 28 de octubre de 2005...
"Sufriré tus penas
lloraré tus lágrimas
seré feliz en tus palabras
caminaré contigo por los angostos caminos
seré feliz con cada amor que te propicie
porque te llevo dentro y tu corazón palpita en mí..."